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Crítica We’re here because we’re here – Anathema

Hace justo un año salía a través de Kscope Records el octavo disco de estudio de Anathema tras una espera de 7 años desde el increíble A Natural Disaster. Para honrar ese aniversario, y teniendo en cuenta que The End Records está a punto de lanzar el disco en los Estados Unidos, me he decidido hoy a escribir la crítica del que fue el disco del año 2010.

Anathema fue uno de los pioneros del subgénero death/doom, pero a partir de su disco debut se fueron alejando a pasos agigantados de ese sonido fúnebre y extremo para, a partir de Alternative 4, entrar de lleno en los dominios del rock alternativo, progresivo y atmosférico. Con cada disco que iban sacando refinaban más su sonido, experimentando sin miedo y confiando que sus fans entendieran su particular periplo. La mayoría entendió que Anathema es uno de esos pocos grupos que existen con la única intención de hacer música bella, crear Arte. Y grupos así no pueden tener ataduras de ningún tipo.

We’re here because we’re here se estuvo fraguando durante más de un lustro, afinando con extrema paciencia cada una de sus notas para alcanzar diez canciones que estuvieran al mismo nivel deseado: la perfección. Llegado el momento Anathema tuvo la oportunidad de contar con Steven Wilson (del que ya hablé en la crítica de Blackfield) en las tareas de producción, que les ayudó a dotar al disco ese sonido cristalino que deseaban. El resultado es la banda sonora del mejor sueño que tendrás en toda tu vida. La música que todo ser viviente querría escuchar en el momento de su muerte. Una música que acaricia, que susurra, que te mece en su regazo con sumo cariño y que te colma el corazón de una paz absoluta.

We’re here because we’re here nos habla sobre los grandes temas de todos los tiempos: la vida, la muerte, el amor y la inmortalidad. Los hermanos Cavanagh recubren su mensaje con melodías etéreas que se funden balanceándose entre la melancolía y la esperanza. Su música es un reflejo de la vida misma, con sus luces y sombras, sus alegrías y sus penas, sus momentos de júbilo y éxtasis y sus momentos de dolor y sufrimiento. Pero todo sin la más mínima violencia, desde la paz que otorga quien no tiene miedo.

Para conseguir este sonido el grupo se basa en guitarras psicodélicas que llenan el paisaje sonoro con texturas y cromatismo a raudales, con unos teclados que erigen atmósferas oníricas y que no tienen miedo en dar un paso al frente y deleitarnos con maravillosas melodías de piano, con una percusión apasionada que controla el flujo sanguíneo por las venas armónicas del disco, y con unas voces que nos hablan desde el corazón. El peso de la mayoría de las voces lo lleva Vincent, pero también hay sitio (aunque menos que en A Natural Disaster) para la vocalista femenina del grupo, Lee Douglas. Entre ambos consiguen darle ese toque irreal a las melodías. Mi interpretación vocal favorita resultan los coros de Thin Air y de Summernight Horizon. Lo que aquí consigue Anathema es tan especial que solo se puede comparar con un éxtasis místico. Solo necesitas cerrar los ojos, dejar que la música fluya y trascender este plano de conciencia a uno superior donde todo se contempla con total claridad, como es en esencia.

Hace unos días Anathema sacó un video de su segundo single, Dreaming Light. Para los presupuestos tan ajustados con los que cuentan bandas de este tipo, tan poco comerciales, está muy conseguido. La primera vez que lo vi pensé que Anathema buscaba la emoción facilona y que había terminando haciendo algo ñoño. Es algo muy subjetivo, pero creo que para disfrutar y entender realmente el video uno se debe despejar del cinismo al que de una u otra forma estamos tan acostumbrados. De todas maneras la interpretación que han conseguido arrancar a la pequeña protagonista llega a conmover.

A partir de este disco me empecé a meter más y más en la música de Anathema, a la que hasta ese momento tampoco había prestado mucha atención, así que no lo dudé cuando en noviembre del año pasado se pasaron por nuestro país y fui a Madrid para verlos en concierto. Nos ofrecieron un espectáculo de dos horas y media, precedidos por dos teloneros, en el que tocaron We’re here because we’re here de principio a fin. Junto al de Porcupine Tree en 2008, el mejor concierto que he visto en mi vida. Desde entonces soy un fan acérrimo del grupo, y mi calificación no puede sino reflejar mis sentimientos hacia el disco que lo hizo posible.

10/10